Una de las características de nuestros tiempos es que cada vez más niños y adolescentes se adueñan de conocimientos a los que los adultos no accedemos. La irrupción de las tecnologías y los cambios acelerados parecen adecuarse más al ritmo de aquellos que los consumen que a la de aquellos que los sostienen.
Esto es, si bien son los adultos los que posibilitan a niños y adolescentes el acceso a Internet, la compra de nuevo equipamiento y accesorio y aún, la posibilidad de acceder al entrenamiento en las mismas, de manera formal o informal. Y finalmente, ese mismo conocimiento que los adultos facilitan termina siendo vedado parcial o totalmente a ellos mismos.
Vivimos una época de «asimetrías inversas». Hace sólo 20 o 25 años atrás, un padre podía “jactarse” de poseer el más conocimientos que sus hijos, o bien las herramientas para acceder a ellos. Hoy es habitual encontrarse, como adultos, ante una realidad por la que no sólo no acceden a los mismos conocimientos sino que, tampoco conocen – en la mayoría de los casos – las herramientas para hacerlo.
En encuestas realizadas entre niños y adolescentes, éstos dicen percibir que la situación clásica de asimetría con los adultos se ha invertido o bien, ha desaparecido.
Tal situación nos plantea como adultos y educadores varios desafíos, el más importante de ellos, desde mi punto de vista, es
¿Cómo sostener y aún fortalecer el lugar de adulto-educador en este contexto desconocido?
Una de las claves en todo proceso educativo es el acceso a la información. Internet es – en su faceta epistemológica - una gran autopista de información variada, accesible en la mayoría de los casos, no siempre confiable[1].
¿Cómo es dable clasificar la información en Internet? Burbules categoriza la información según las cuatro I (Burbules & Callister, 2000):
- Inexacta, ¿En qué se debe creer?
- Injuriosa, ¿Qué vale la pena?
- Intrincada, ¿Qué tiene sentido?
- Inútil. ¿Qué es lo relevante?
Esta primera distinción es útil para “desmitificar” lo que proviene de la red como necesariamente válido. El acceso a la información requiere del sujeto la capacidad de lectura crítica, comprensión del medio textual y no textual, y posibilidad de interpretar el lenguaje multimedial y su contexto.
¿Cómo validar la información de Internet?
En primer lugar, y siguiendo los postulados de la filosofía cartesiana, es necesario “poner todo en duda” y no dar por válida ninguna información, salvo que sea sometida de manera rigurosa, a criterios epistemológicos y no epistemológicos:
- Criterios epistemológicos:
- La reputación de la fuente. Es importante saber quién produce una página de internet, si es un particular, una institución académica, una empresa. Cuál es su volumen, su trayectoria, etc.
- Experiencias previas con esa fuente y recomendaciones: en ocasiones, acudimos repetidamente a una fuente, o bien recibimos de la misma, por parte de fuentes confiables.
- El URL de una cuenta nos da mucha información. Una mirada atenta nos permite dilucidar si se trata de una empresa o una institución sin fines de lucro, una institución educativa o un particular. En la URL puede aparecer el nombre de una universidad conocida, pero siempre es necesario cotejarlo para verificar que no se trata de una similitud intencional y no de un URL auténtico.
- La vía de enlace por la cual se llegó a la página, y la cantidad de enlaces desde y hacia ella: así como el URL, el enlace desde el cual llegamos a la página o bien, los enlaces que parten de ella dan cuenta del nivel de confiabilidad de la misma.
- Actualización de la página: ¿Cuándo se actualizó por última vez? ¿Qué actividad se registró recientemente?
- Criterios no-epistemológicos:
- ¿A qué intereses responde esta información y esta manera de presentarla? Toda página tiene propósitos, algunos explícitos y otros implícitos. La manera de presentar la información, el tipo de información que presenta, los “destacados”, los “resaltados”, son datos que vale la pena buscar, leer e interpretar.
- Analizar el contexto en el que aparece la información: el diseño, la organización, los colores elegidos, los textos destacados, la distribución de los espacios. Todo ello es parte del contexto que la página propone y construye como parte de su ideología y de sus intereses.
- Lo que no aparece, lo que falta en la página. Preguntarse por la información faltante es también un modo efectivo de indagación crítica.
- Construir criterios evaluativos para la lectura de imágenes, sonidos y videos. ¿Cuántos aparecen? ¿Qué lugar relativo ocupan en la página? ¿Cuál es la relación entre estos textos multimediales y los convencionales?
Como podemos ver, no es poco lo que un adulto puede hacer para orientar a niños y adolescentes frente a la masa de información a la que la red nos somete.
Dr. Marcelo I. Dorfsman
Burbules, N., & Callister, T. (2000). Watch IT: The risks and promises of information technologies for education: Westview Pr.
